Historia




Érase una vez… una enorme y lujosa mansión. En ella habitaba un alegre filántropo rodeado siempre por hermosas mucamas. Se empeñaba el hombre en usar su fortuna para beneficio de la humanidad y las doncellas lo amaban como a un padre, pues era él un hombre gentil que las trataba con gratitud y apreciaba enormemente sus servicios.

Pero la desgracia llegó. El anciano, urgido por atender a una noble causa, salió un día de viaje prometiendo volver en pocas semanas. Las semanas se convirtieron en meses y no hubo en la mansión noticias de su paradero. En su prolongada ausencia, la casa se tornó triste y oscura; la desdicha no tardó en apoderarse del corazón de las jóvenes sirvientas, quienes no podían ver la manera de realizar su vocación.

Un buen día, una de las mucamas sugirió una idea que a las demás les pareció sorprendente: -¡Abriremos las puertas!- dijo a sus colegas – ¡A falta de nuestro señor, serviremos a todo aquel que entre en la mansión!-

Aunque desconcertadas, las doncellas obedecieron la idea y abrieron las puertas de la estancia. Muchas personas pudieron disfrutar de los deliciosos postres y refrescantes bebidas que las mucamas les servían, sus sonrisas iluminaron nuevamente el lugar y la espera por el señor se volvió alegre y llevadera.

Ahora las mucamas son felices expresando el amor por su trabajo. Cada comensal en la mesa se convierte en el señor o la señora de la casa y es tratado con dulzura. Servir con encanto se convirtió en el propósito de las sirvientas y su hogar fue conocido, desde entonces, como la Mansión Meido.

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